En la visión que me hizo ver el Espíritu, el ángel me llevó a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de la presencia de Dios. La ciudad brillaba con el resplandor de Dios.

Apocalipsis 21,10 y 11

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Los ministros religiosos, pastores, pastoras, tenemos enormes privilegios. Momentos impagables llenos de bendición, que quedan en nuestra memoria y son testimonio vivo del amor. Bautizar a una niña, un niño, y observar sus ojos cuando recibe esa bendición. Ser testigos cuando la novia viene al altar a recibir a su enamorado para la bendición de Dios. Cuando los novios cruzan sus miradas y se produce el encuentro, pura gracia, amor y ternura. Son momentos bellos, radiantes, llenos de Espíritu Santo y de amor. 

Juan en el Apocalipsis nos habla de esos momentos y los hace sublimes. Esos instantes se trasladan al fin de los tiempos, se convierten en eternidad, son reino de Dios. Cómo no recordar la mirada que intercambiamos con nuestro amor, al llegar juntos al altar, a pedir la bendición de Dios. Los ojos brillan, la novia brilla con el reflejo divino del amor.

Que Dios no permita que se opaque el brillo de tus ojos, amor. Que esa luz dirija siempre nuestro caminar. Que ni la muerte, ni ningún otro poder o circunstancia ensombrezca esa gracia de poder estar juntos, ser pareja. Como Dios y su pueblo se tomarán de la mano. Amén.

Rubén Carlos Yennerich  Weidmann

Apocalipsis 21,9-14

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