¡Qué maravilloso es tu amor, oh Dios! ¡Bajo tus alas, los hombres buscan protección! Quedan completamente satisfechos con la abundante comida de tu casa; tú les das a beber de un río delicioso, porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz podemos ver la luz.
Salmo 36,7–9
Podemos ver al salmista deleitarse en las maravillas del Dios creador. Dirige su mirada al pasado y contempla dos realidades: la humana, cuando el hombre se deja llevar por la maldad, lo que no le permite escuchar la voz de Dios que susurra al oído “yo te amo”; y la divina, el reconocimiento de que este Dios amoroso nos muestra su misericordia sin límites. El salmista ve en Dios un rostro bueno, justo, amoroso y misericordioso, capaz de satisfacer al hombre y a la mujer en lo material para sustentar sus cuerpos desde la parte humana, pero también desde la parte espiritual.
Este amor traspasa los límites de la misericordia y del perdón, pues no toma en cuenta la maldad del ser humano. El salmista exclamó con amor y ternura hacia su Dios, quien nos recibe y nos acepta con nuestros pecados, con un pasado para olvidar y un presente para perdonar, renovando así nuestro ser y dándonos un corazón lleno de amor y gratitud.
Oremos: Amado Padre, tú eres grande en amor y generosidad. Como un Padre amoroso, nos muestras lo maravilloso de tu ser. Nos abrazas y, con tu cuidado, envuelves al ser humano en tus alas protectoras de amor. No hay nada con qué comparar este sentimiento que tienes por la humanidad.
Julio Cesar Caballero