No temo sufrir daño alguno porque tú estás conmigo.
Salmo 23:4

Quiero ilustrar este versículo con la historia de una costumbre Cherokee. Ellos tienen un ritual a través del cual los niños pasan a ser adultos. Cuando el niño empieza su adolescencia, su padre lo lleva al bosque, le venda los ojos y se va. El joven debe permanecer sentado sobre un tronco toda la noche y no puede quitarse la venda de los ojos hasta que los rayos del sol brillan de nuevo al amanecer.
Pasada la noche, ya es un hombre. Esta es una experiencia personal y el joven tiene prohibido comentar su vivencia con los demás chicos.
Durante la noche, como es natural, el joven siente miedo. Él puede oír toda clase de ruidos a su alrededor. Escucha soplar el viento, crujir la hierba, pero debe permanecer sentado en el tronco, sin quitarse la venda.
Finalmente, después de esa experiencia de la noche, aparece el sol y el niño se quita la venda… es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre no se ha separado de su lado ni siquiera un instante, velando durante la noche en silencio, listo para proteger a su hijo de cualquier peligro sin que él se dé cuenta.

Estimado lector: Un relato que nos muestra como es Dios en nuestras vidas. Como un padre siempre presente muy cerca nuestro para cuidarnos.
Aun cuando no lo podamos ver, en medio de las oscuridades de la vida, Él está a nuestro lado, velando por nosotros y protegiéndonos de los peligros que nos rodean.
Esa seguridad que Dios está cerca nuestro, es lo que llamamos fe y lo que nos permite en medio de los problemas, las dudas, la confusión, el miedo confiar en Él y tener la seguridad que no estamos solos y que pronto la noche pasa y el amanecer viene, el día aclara.
Que también nosotros podamos vivir con esa confianza, que Dios nunca nos deja solos. Entrenémonos en esa seguridad. Amén

Hilario Tech

Salmo 23,4-6

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