Así bendecirá el Señor al hombre que lo honra.
Salmo 128,4

La honra y la obediencia a Dios es, efectivamente, una bendición. Pero, ¿Qué es la bendición? Busco en el Diccionario de la Real Academia Española y me encuentro con múltiples palabras que se asocian y emparentan con “bendición”. Se las comparto: bienestar, gracia, bienaventuranza, piedad, bondad, desear el bien, entre otras. Pero hay una por excelencia y es el origen de esta palabra, su etimología: bendecir es bien decir. Pero no sólo es pronunciar unas cuantas palabras bonitas, sino que es acompañar esas palabras con el interés genuino de bienestar para quien o quienes están dedicadas. Ello es parte de la honra a Dios que, según este bello salmo, significa “ir por sus caminos”. Una elección que determina las recompensas prometidas: prosperidad y larga descendencia. Esta es la bendición de Dios que se extiende a la vida personal y comunitaria, fundamento de nuestra felicidad y gratitud que debe extenderse solidariamente a nuestras comunidades.
Pero la bendición se dirige también a ciertos aspectos espirituales que podemos poner en práctica en nuestra vida diaria como la sabiduría, la reflexión, la paz y la concordia, la obediencia y la justicia, a través de dones como la oración, el canto y la hospitalidad con nuestros semejantes. En este sentido, el mejor ejemplo es Jesús, convertido en la encarnación de la bendición de Dios en la historia, instrumento de benevolencia y redención para toda la humanidad. Jesús no sólo bendice a sus discípulos, a los enfermos, a los niños, sino que él mismo es la bendición, fuente inagotable del amor de Dios y de su infinita generosidad.

Andrea Paula De Vita

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