El hombre en quien yo me fijo es el pobre y afligido que respeta mi palabra.
Isaías 66,2
Dios no se puede confinar a un templo, una catedral o una iglesia. Él es omnipresente. Pero también está más cerca de nosotros que lo podemos imaginar, buscándonos ahí donde estamos. Y me parece que busca a los suyos más bien entre los pobres y afligidos que entre los ricos y poderosos.
¿Será que los pobres creen más profundamente? ¿Hay más fe en los afligidos? Al observar justo este tema en las personas de distin-tos niveles sociales y económicos, llegué a la conclusión que sí, las personas pobres (desprovistas de bienes materiales) y afligidas (por enfermedades u otros motivos) suelen tener más fe. Muchos incluso ven la forma de cumplir más y mejor con la palabra de Dios, orando, ayunando, meditando, aceptando la voluntad de Dios sin cuestionarla.
Me pregunto, sin juzgar a nadie: En ese actuar de los pobres y des-poseídos, ¿no es más auténtica y sincera su fe que la de aquellos que viven en abundancia y olvidan orar, agradeciendo y adorando al Dios de la Vida?
Lo que realmente importa son las conversaciones verdaderas y sinceras con Dios. Para ellas no se necesita ningún templo, ninguna ceremonia especial. Eso es lo que Isaías le quiere hacer entender a la gente: A Dios no le importa la forma del culto. Él escucha a aquellos que le llaman en su desesperación. Escucha nuestras oraciones. Y aunque al instante muchas veces no comprendemos Su actuar, podemos con-fiar en que siempre dispone todo para nuestro bien (Romanos 8,28).
Dame más fe, Señor Jesús, para que pueda verte y vivirte en cada pequeño gesto y descubrirte cada día al leer tu palabra.
Luisa Krug
Isaías 66,1-4