La ley constituye sumo sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre.

Hebreos 7,28

 

Sin duda, el texto nos deja claro, cuál es el sacerdocio válido y verdadero; no hay otra ley que pueda superar la perfección hecha por Dios, en su hijo Jesucristo.

El pasaje bíblico no descalifica a los sumos sacerdotes según la orden de Melquisedec, simplemente muestra la realidad en la que ellos eran llamados a vivir en su tarea de servicio en los templos. Muestra algo que para muchos puede resultar evidente: los sacerdotes son seres humanos imperfectos, que necesitan el perdón de sus pecados.

Sin embargo, como seres humanos, nos gusta buscar esa perfección, anhelamos momentos y objetos perfectos, buscamos encontrar y ser personas perfectas, y de esta manera nos alejamos de todo aquello que muestre justamente nuestras imperfecciones, dejando en descubierto aquello que nos revela nuestra humanidad llena de fisuras y quiebres. Por lo cual nosotros debemos remitirnos al verdadero sacerdote, el único capaz de hacer perfecta nuestra existencia en la entrega y en el amor de Cristo. Sólo nuestra fe en ese acto de servicio al Dios de Abraham, Jacob y Moisés, que hizo Jesucristo en su muerte y resurrección, es capaz de perdonar y darnos perpetuamente la salvación. Frente a esta realidad ya no tenemos que tratar de ser perfectos, ya no tenemos que buscar el perdón de nuestros pecados a través del sacrificio, sino que debemos arrepentirnos y confesarlos al Dios de la vida.

Padre, tú que has hecho la obra perfecta para nuestra salvación, ayúdanos a entender que tu amor nos acompaña en nuestras limitaciones y en nuestras imperfecciones. Amén.

Moara Benetti

Hebreos 7,23-28

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