Martes 16 de septiembre

 

El Señor levanta del suelo al pobre, y saca del lugar más bajo al necesitado.

 

Salmo 113,7

 

En los versos anteriores, el Salmista exalta a Dios, describiéndolo como incomparable. Porque está en lo alto, pero se inclina para mirar y ver lo que sucede aquí abajo, donde la gente es empobrecida y donde la mujer no puede ser feliz.
El Dios “de arriba” se abaja. El Dios lejano se acerca. Dios está pendiente de nuestras vidas y es sensible al sufrimiento de las personas. Su mirada está atenta, no para juzgar, sino para sanar; no para condenar, sino para restaurar. Dios levanta a las personas que están postradas en el suelo y saca del lugar más bajo a quienes están en necesidad. El Dios de arriba mira hacia abajo, incluso hacia el lugar más bajo, donde se encuentran las personas necesitadas y empobrecidas.
Y ahí, en esas bajuras, están posados los ojos de Dios que mira con amor, compasión y ternura. Y si así mira Dios ¿Cómo debemos mirar nosotras y nosotros? ¿En dónde crees que deben estar puestas nuestras miradas? ¿Debemos mirar más para arriba o más para abajo? “¿Por qué se quedan mirando al cielo?”, se les preguntó un día a las seguidoras y los seguidores de Jesús.
Jesús se nos rebela en el rostro de la gente en necesidad, ellas y ellos son los favorecidos de Dios. Que bueno es nuestro Dios, que lindo es imitar su mirar y su actuar siempre solidario, que levanta, que rescata, que cura. Te damos gracias Dios porque:
“Vos sos el Dios de los pobres, el Dios humano y sencillo, el Dios que suda en la calle, el Dios de rostro curtido. Por eso es que te hablo yo, así como habla mi pueblo, porque sos el Dios obrero, el Cristo trabajador” (Canto y Fe número 50).

 

Jorge Daniel Zijlstra Arduin

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