En mi angustia clamé a ti, Señor, y tú me respondiste.

Jonás 2,1

Jonás el creyente desobediente, el profeta fugitivo, el causante de tremenda tempestad. Fue arrojado al mar, sede de la muerte, para evitar que el barco en el que huía naufrague. Ahora en el fondo del mar, en la panza de un pez, a punto de morir, se acuerda de Dios y le dirige una ferviente oración. Recurre a un bello salmo porque en su desesperación no puede articular palabras. Dios no aprovecha para acusarlo de su pecado y hundirlo en su propia culpa, lo salva por pura gracia y lo reencamina en su misión. El relato invita a mirar nuestra propia experiencia y descubrir aquellas ocasiones en las que somos responsables de las situaciones angustiantes que vivimos. Enfermedades o dificultades físicas que padecemos por no cuidarnos; crisis económicas, deudas, carencia de los recursos mínimos necesarios, por decisiones equivocadas; relaciones y vínculos familiares que se resienten por no actuar de manera atinada. Situaciones que no supimos prever, subestimamos o fuimos incapaces de manejar y que amenazan destruir lo que construimos, lo que amamos o incluso nuestra propia vida. En estas circunstancias desesperadas podemos acudir a Dios en oración para pedir su ayuda y su socorro. Podemos hacerlo con nuestras propias palabras, como nos salgan o con las palabras de una oración o un salmo que recordemos; también podemos recurrir a un hermano o hermana para que ore por y con nosotros. Confiando en que Dios responderá con la gracia de su perdón, de su consuelo, y abrirá nuevos caminos por dónde reencausarnos en busca de lo que necesitamos, deseamos y amamos.

Sabino Ayala

Jonás 2,1-11

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