Porque tú has sido mi socorro, alegre viviré bajo la sombra de tus alas.
Salmo 63,7
Uno de los grandes padecimientos del ser humano actual es la ansiedad. Según los psicólogos, su raíz está en el miedo al futuro, experimentado en el presente como si aquello que atemoriza ya estuviera ocurriendo, un anticipo de una posible experiencia negativa. Concretamente, se padece ansiedad por un examen universitario, por el temor a perder a un ser querido, el empleo, la salud o algo valioso; también por lo que no se tiene pero se desea (¡ansía!) con todo el corazón. El ansioso no descansa, sino que lucha constantemente contra su propia ansiedad; trabaja incansablemente y más de lo necesario por lo que desea y se propone, y así se consume, porque no se sacia y no para. ¿Es esto necesario? ¿Qué provecho tiene? Una de las grandes tragedias de la existencia humana es la imposibilidad de escapar de las dificultades. Dado que estas siempre vendrán, es mejor preguntarse cómo abordarlas: ¿Dónde buscar remedio, respuestas y salidas? El salmista lo tiene claro: “El Señor es mi socorro, en sus alas viviré alegre”. Solo en Él hay descanso; y cuando hay descanso, podemos ver las cosas en perspectiva, liberados del estrés existencial que sumerge en oscuridad y confusión. El río de la cuaresma desemboca en el gran océano de la resurrección, una esperanza vital que disipa las tinieblas y transforma el miedo en alegría.
Dejemos que Cristo sea nuestro auxilio, y vivamos en la esperanza que nos da sombra y descanso.
“Señor: dame la fe que al afligido da la paz y le salva del temor. Gloriosa fe de salvación” (Culto Cristiano número 224).
Robinson Reyes Arriagada.