Luego Jesús les dijo otra vez. “¡Paz a ustedes!…” Y sopló sobre ellos, y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo.”

Juan 20,21-22

Los discípulos, después de la muerte de Jesús, estaban tan abrumados que les faltaba claridad para entender lo que estaba pasando y les sobraba el miedo. ¿Entonces que hicieron? Se juntaron a puertas cerradas para compartir su angustia, sus miedos, su preocupación por el futuro. No podían relacionar lo que estaban viviendo con lo que habían escuchado de Jesús, les faltaba perspectiva.
Hace muchos años trabajando en un Hospital en Formosa, vivimos una situación muy traumática a nivel institucional, que provocó un quiebre. Y hacíamos lo mismo que los discípulos, nos juntábamos a puertas cerradas y conversábamos, sobre lo que estaba pasando, lo que nos estaba pasando, como veía cada uno las cosas, esto no solo nos ayudaba a elaborar la situación, sino que también nos hacía sentir juntos, unidos, pensando cómo salir adelante todos juntos.
Pero a los discípulos se les apareció Jesús, y les dio dos elementos fundamentales para pasar cualquier situación difícil de la vida: Paz, y el Espíritu Santo. La paz no significaba que no iban a tener problemas, de hecho, los discípulos los tuvieron y muchos, incluso algunos fueron martirizados. La paz es saber que, a pesar de esto, Dios está con nosotros, una paz que es difícil de explicar, pero que sentimos en lo profundo de nuestro espíritu, y no está asociada con los hechos externos y el Espíritu Santo, para dar claridad a nuestros espíritus, y guiarnos en nuestras acciones y pensamientos.
Señor, que cada día podamos experimentar tu paz, y la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Amén.

Susana N. Somoza

Juan 20,19-23

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