Por ti he soportado ofensas; mi cara se ha cubierto de vergüenza; ¡Soy como un extraño y desconocido para mis propios hermanos!
Salmo 69,7-8
Cuánto dolor y decepción expresa esta oración. Experiencia humana de siempre. Que se repite una y otra vez en la historias de los pueblos, de los pueblos oprimidos, marginados y olvidados.
Es la vergüenza ajena, culpas cargadas, soledad e incomprensión.
Todo el salmo expresa con gritos de angustia esa realidad de opresión e injusticia en la que ha caído, o a la cual lo han arrastrado.
El salmo canta tristes lamentos y súplicas: “no dejes que me hunda más en el lodo… no dejes que me arrastre la corriente… ¡Sálvame! ¡Ayúdame!”
Es ése tremendo sentimiento de los pueblos olvidados, culpados, vilipendiados, sufridos; pueblos presos y en cautiverio, postrados por la injusticia.
Como el pueblo hebreo pobre y relegado, obligado a quedarse en las tierras como esclavos; a trabajar por miserias en el destierro. Pueblo que ni siquiera es reconocido por sus propios hermanos ricos desterrados en Babilonia, ni que hablar del Imperio conquistador.
Como la experiencia de siglos de opresión y miseria a la que fueron sometidos los pueblos originarios de nuestra Abya Yala. Nunca reconocidos como hermanos por los conquistadores o por los criollos.
O como la experiencia del maestro de Galilea caminando hacia la cruz del Gólgota; escupido y denostado por sus propios hermanos.
O como la experiencia nuestra de cada día y de este tiempo. De pueblos sometidos por deudas externas oprobiosas y paridoras de pobreza, de incomprensión y culpa mentirosa.
¡Líbranos Dios servidor sufriente, Cristo crucificado, de tanto dolor y opresión injusta! ¡Ven Señor Jesús! Sálvanos. Ayúdanos. Enséñanos y camina junto a tu pueblo. Amén.
Rubén Carlos Yennerich Weidmann
Salmo 69,7-9
Tema: opresión