Yo les advertí a tus mensajeros que, aunque me dieras todo el oro y la plata que caben en tu palacio, yo no podría desobedecer las órdenes del Señor ni hacer nada bueno ni malo por mi propia cuenta, y que sólo diría lo que el Señor me ordenara decir.

Números 24,13

El Rey Balac lo había mandado llamar. Necesitaba de sus servicios. Un encargo claro, con una buena recompensa. Si tú me haces el favor de maldecir al pueblo de Israel, yo te pagaré no solamente con dinero sino te daré los más grandes honores y haré todo lo que me pidas. Una propuesta tentadora. Dinero, honores y favores a cambio de una acción que probablemente ni siquiera le costaría mucho esfuerzo. Pero Balaam sabía bien que no debía hacer nada sin el expreso encargo del Señor, su Dios. Desobedecer esta consigna no solamente comprometería su conciencia. Tampoco tendría el efecto deseado. Porque nada se logra en contra de la voluntad de Dios.

Nuestra situación de vida es diferente. No somos profetas. Y tampoco hay, por lo general, autoridades que nos ofrecen acuerdos de cooperación similares al que Balac le acercó a Balaam. Pero también nosotros estamos expuestos a personas, fuerzas, mecanismos y sistemas que nos prometen maravillosos beneficios a cambio de determinadas concesiones. Y también nosotros debemos evaluar, en cada momento de nuestras vidas, si lo que estamos por hacer, decir o pensar es lo que corresponde a lo que el Señor, nuestro Dios, espera de nosotros.

Porque de nada sirve ganar el mundo entero pero perder la vida. ¡Quiera el Señor, nuestro Dios, concedernos la capacidad de discernimiento!

Por ti, mi Dios, cantando voy, la alegría de ser tu testigo, Señor. (Canto y Fe Nº 275)

Annedore Venhaus

Números 24,1-25

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