El hombre honrado pasa por muchos males, pero el Señor lo libra de todos ellos.
Salmo 34,19
Una pregunta que he escuchado con frecuencia a lo largo de mi vida es: ¿por qué les suceden cosas malas a las personas buenas? Este cuestionamiento parece tener sentido, especialmente cuando lo examinamos desde una perspectiva vinculada a una retribución casi inmediata: si actuamos correctamente, deberíamos obtener resultados positivos; de lo contrario, podríamos enfrentar dificultades como castigo. Lamentablemente, en la complejidad de la vida diaria, las cosas no siempre siguen esa lógica tan simple. Los acontecimientos no siempre se desarrollan de acuerdo con esa expectativa, lo que puede generar frustración e incluso cuestionamientos acerca de la fe y la relación con Dios.
Si prestamos atención a las palabras del Salmista (Salmo 34, 19-22), podemos observar que esta pregunta ya existía en aquellos tiempos. No es algo nuevo, sino más bien un tema arraigado en la humanidad y en la dificultad que enfrentamos al tratar de comprender ciertas situaciones que nos abruman o nos desconciertan.
Aunque la pregunta planteada al principio carece de una respuesta lógica, el Salmista no se detiene en ella, sino que con firme convicción afirma que Dios (el Señor) es quien cuida y protege a aquellos que lo siguen, a aquellos que creen en Él. Su respuesta es la que más ha tocado mi alma, ya que en momentos difíciles, Dios se convierte en la luz que disipa la oscuridad que nos rodea. Él nos sostiene, nos ampara y envía personas que nos brindan apoyo. Dios es quien nos acompaña y guía, incluso cuando todo parece incierto.
En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor Señor, de tu amor Señor. (Canto y Fe, N° 201)
Karla Steilmann