Que las naciones griten de alegría, pues tú gobiernas los pueblos con justicia; tú diriges las naciones del mundo.
Salmo 67,4
Me imagino que una cierta mañana, que podría ser cualquier mañana, con sol radiante, una linda brisa de viento y el cuerpo descansado de una reparadora noche, me preparo el mate y enciendo la radio. La música suena como siempre, también la propaganda. Pero cuando comienza el noticiero, no puedo creer lo que escucho. Cuentan que el centro de jubilados tuvo anoche una linda velada con juegos de mesa. Que los padres de la escuela primaria comienzan este sábado con la pintada de las aulas. El consejo de administración de la cooperativa de luz decidió que el superávit del ejercicio será aplicado a las facturas y que se otorgará un descuento a todos quienes así lo soliciten. Un ministro del gobierno nacional viajó al país vecino para planificar el intercambio de recursos naturales y la eliminación de los controles fronterizos.
Un mundo sin guerras. Un mundo sin lucha por el poder económico. Un mundo en el que la ayuda al prójimo es parte de la vida cotidiana. Un mundo como lo imagina el salmista. Un mundo en el que gobierna Dios, en el que nosotros, los seres humanos, hemos comprendido su deseo para la creación. ¿Podemos decir que hemos avanzado en la práctica de la justicia y del amor de Dios? Yo creo que no. Todo lo contrario. Las guerras son parte de la normalidad, y cuando encontramos un atisbo de justicia ya nos sentimos felices. Ni pensar en una justicia completa. Pero no quiero renunciar al sueño del salmista. Quiero motivarme a mí y a todos a seguir buscándolo con mis acciones. Porque Dios no tiene otras manos que las tuyas y las mías.
“La tierra ha dado su fruto; ¡nuestro Dios nos ha bendecido!” (Salmo 67,6).
Detlef Venhaus