Porque Dios el Señor nos alumbra y nos protege; el Señor ama y honra a los que viven sin tacha, y nada bueno les niega.
Salmo 84,11
El salmista inicia esta porción del Salmo pidiendo que su oración sea escuchada por Dios. Busca una forma de conexión con Dios, invoca su amor, su compasión y le pide protección. Pero cierra su canto con la firme convicción de que la felicidad se logra confiando en Dios.
Es interesante notar que confiar no se logra con certezas ni convicciones; según nuestros diccionarios, se basa en la esperanza y la buena fe. Entonces, este Salmo nos insta a invocar a Dios, a intentar vivir más cerca de Él para que nos escuche, nos proteja y también para que nos ame.
Confiar en Dios, depositar nuestras esperanzas y aceptar su cuidado, es una decisión de vida difícil. No es tan simple como parece describirlo el salmista; poder entregarnos a esta confianza es un ejercicio diario. Rodeados de nuestros problemas personales y nuestras dificultades, debemos encontrar la forma de depositar nuestra confianza en Dios. Es un camino personal, no hay recetas ni fórmulas mágicas; tenemos que intentarlo a pesar de las complicaciones. Pero podemos lograrlo y confiar realmente en Dios.
La recompensa es múltiple, pero el Salmo nos señala una muy importante: la felicidad. Ser feliz es algo magnífico porque nos impacta positivamente a nosotros mismos, pero también porque nos impulsa a querer compartirla con otras personas. Desde un acto personal de confianza en Dios, también impactamos positivamente a nuestras comunidades.
Ojalá podamos confiar más en Dios y así ser felices, compartiendo nuestra felicidad con nuestras comunidades.
Guillermo Perrin