¡Alégrese toda la tierra! ¡Alégrense las islas numerosas! ¡El Señor es el rey! Está rodeado de espesas nubes; la justicia y el derecho sostienen su trono.
Salmo 97,1-2
A veces, cuando alguien nos ve tristes, afligidos o amargados, reacciona tratando de consolarnos o animarnos para que nos sintamos mejor, ya sea con sus palabras, su paciente disposición a escucharnos, o ambas cosas. Puede ser que, a pesar de eso, y a pesar de nuestra oración y confianza en la ayuda de Dios, no podamos decir tan pronto: estoy alegre, me siento contento o contenta. Más bien, lo que necesitamos con urgencia se convierte en una senda con demoras que transitamos con esfuerzo, hasta que en algún momento recuperamos la alegría.
Por eso imaginamos que el salmista habrá tenido una misión difícil al intentar que sus oyentes se alegraran. Él habrá conocido las razones de la tristeza de quienes le escuchaban y tal vez él mismo estuvo tan triste como ellos. Sin embargo, el siervo de Dios grita confiado que es tiempo de alegrarse y lo anuncia seguro de que es posible hacerlo. Claro, no apelando a sus propias fuerzas, sino al Señor que está presente, que es el rey y cuyo trono está sostenido por la justicia y el derecho. Es en Él que es posible escuchar aquella invitación a permitir que el corazón se alegre, porque hay esperanza de que el mundo entero ha de estar sustentado en la justicia y el derecho, en el amor y la paz del rey de reyes, Jesucristo.
Que el niño Jesús sea hoy nuestra alegría, con la esperanza de que mañana el mundo entero podrá alegrarse en la paz, la justicia y el derecho. Amén.
Delcio Källsten