Martes 25 de noviembre

Digan ustedes de corazón: “Que haya paz en ti, Jerusalén; que vivan tranquilos los que te aman. Que haya paz en tus murallas; que haya seguridad en tus palacios”.

 

Salmos 122,6–7

 

Jerusalén es la capital del Estado de Israel; asimismo, su parte oriental es reivindicada por el Estado de Palestina como su propia capital. Para los cristianos, es un lugar central en la historia de Jesús, en su vida, muerte y resurrección.
La paz en Jerusalén es realmente una expresión de deseo; en el momento de escribir esta reflexión, se desarrolla allí una cruenta guerra. Los vecinos se ven enfrentados por la sed de poder y los intereses de líderes y gobernantes, sumados a la complicidad del silencio internacional.
Pensar en “Jerusalén, ciudad construida para que en ella se reúna la comunidad” (Salmo 122,3). Pero, ¿qué es la comunidad? ¿Solo quienes comparten el mismo credo? El salmo no habla de un pueblo en particular; pide tranquilidad para todos quienes la aman, paz y seguridad para quienes la habitan.
Decir de corazón implica decir y sentir, desear el bien y hacerlo posible. Es decir, debemos procurar la paz mediante acciones y gestos concretos.
Es en este sentido que todos y todas debemos reflexionar acerca de la responsabilidad que nos cabe y clamar: “Guerras y más guerras por la paz, muchos morirán, perdón, Señor… Ayúdanos a entender nuestra culpa, ¡oh! Señor. Nuestras alegrías son dolor para muchos hoy, perdón, Señor” (Canto y Fe número 116).

 

Deborah Verónica Cirigliano Heffel

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