¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus pollitos bajo sus alas, pero ustedes no quisieron!
Lucas 13,34
Deducimos de este lamento de Jesús por Jerusalén que muchas veces hubo un acercamiento ofreciendo amor, unión, respeto, tolerancia, y siempre hubo resistencia, rechazo, desprecio. Incluso hasta concretar (como profeta) su propia muerte.
¡Qué imagen más tierna usa Jesús para denunciar algo tan grave! Es una imagen de protección, de amparo, de cuidado. Jesús se compara con una gallina que cobija a sus polluelos bajos sus alas.
Siempre que en los Salmos aparece la imagen de Dios cubriéndonos con sus alas, se percibe una sensación de seguridad, de felicidad, de protección. “Cuídame como a la niña de tus ojos, protégeme bajo la sombra de tus alas.” (Salmo 17,8)
¡Cuántas alas necesitamos! Alas humanas que abracen, que contengan, que den calor, que ofrezcan afecto y calidez.
Alas que nos permitan volar, elevarnos, trascender, llegar lejos.
Alas que no se detengan. Que abiertas o cerradas nos recuerden a Jesús queriendo juntarnos para darnos abrigo y hacernos comunidad.
Señor, con frecuencia nos sentimos como polluelos desvalidos, frágiles, indefensos. Danos la certeza que siempre desplegarás tus alas para cubrirnos y protegernos. Sobre todo cuando nos encontramos en peligro y flaquean nuestras fuerzas. Amén.
Stella Maris Frizs
Lucas 13,31-35