Por aquel tiempo se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea. En su proclamación decía: “¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!”… La ropa de Juan estaba hecha de pelo de camello… su comida era langostas y miel del monte.
Mateo 3,1-2.4
Generalmente en esta época de las fiestas de fin de año exagera- mos un poco en comida, gastos, reuniones innecesarias, brillo, ruido y demás distracciones.
Aquí, hoy leyendo el Evangelio irrumpe un personaje extraño, con un estilo de vida austero, casi asceta, reprendiendo a la gente y pi- diendo que cambien su manera de vivir.
A veces necesitamos ese espejo contrario a la banalidad que esta- mos transitando, tal vez dejándonos llevar para tomar conciencia.
Personas que con la rectitud de la vida que llevan nos hacen ver, sin ofender ni creerse mejores, que estamos haciendo opciones equivo- cadas, personas que nos sacuden de nuestra vida adormecida.
Tampoco se trata de que nos sintamos culpables por tener mejo- res oportunidades frente a otros, sino que Juan el Bautista nos pide que “nos portemos de tal modo que se vea claramente que nos hemos vuelto al Señor.” (v. 8)
Porque, según Juan, Dios juzga nuestro modo de vivir, no nuestra ascendencia o pertenencia por tradición a una denominación.
Coherencia entre vida y palabras, ese es el desafío del Evangelio para nosotros frente a las puertas del año que empieza, como una meta que nos guíe en las decisiones y acciones que debamos tomar.
Señor, ayúdanos a no ser dualistas entre lo que decimos y lo que hacemos. Amén.
Patricia Haydée Yung
Mateo 3,1-12