Acérquense, pues, al Señor, la piedra viva que los hombres desecharon, pero que para Dios es una piedra escogida y de mucho valor.
1 Pedro 2,4
Ya escuchamos aquello de: “Quisiera acercarme a él pero me resulta difícil. No sé si es por timidez, temor o prejuicios. Por la razón que sea prefiero guardar distancia”. Tal vez también dijimos algo parecido con respecto a alguien o alguna persona lo dijo refiriéndose a nosotros. Más allá de las barreras concretas o imaginarias que construimos a nuestro alrededor y que nos distancian de los demás; el desear acercarnos a alguien nace de nuestra profunda necesidad de relacionarnos con los demás.
Tal vez nos consideramos personas muy sociables y que preferimos la cercanía con otras personas, sea en casa, con los vecinos o con quienes compartimos en la vida. Pero aun así podríamos confesar esa distancia no querida con alguien. Distanciamiento que nos parece una pérdida para nosotros.
El apóstol invita a los creyentes a acercarse a Jesús, aun cuando –dice– muchos no han querido hacerlo y lo han rechazado. Él sabe que quien no se acerca a Jesús se pierde de mucho.
¿Qué impide que nos acerquemos a Él? Tal vez una de las causas más importantes de nuestro alejamiento de Jesús sea que Él no suele ofrecernos lo que le decimos necesitar, sino lo que Él sabe que necesitamos recibir de parte de Dios. Y cada vez que Él no concuerda con nosotros o nuestras expectativas, hay dos posibles reacciones de nuestra parte: que nos alejemos de Él para seguir buscando por otros rumbos lo que deseamos o decimos necesitar, o por el contrario que permanezcamos cerca de Él, con el deseo de seguir recibiendo lo que nos da, eso que tal vez nos cueste escuchar pero que nos es ofrecido con amor y misericordia, que es lo mejor para nuestra vida: la posibilidad de arrepentirnos, de ser perdonados, de cambiar, de crecer y vivir como Dios nos enseña. Para acortar siempre la distancia que nos separa de Cristo y también aquella distancia que hemos establecido nuestro prójimo. Amén.
Delcio Källsten