Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz.

Juan 1,8

Que la luz de Cristo nuestro Señor y Salvador nos brinde su claridad, para sentir su presencia. Amén.
Juan era un enviado de Dios, un hombre como cualquiera de nosotros, el cual fue llamado por Dios para una misión especial, en un tiempo muy especial. Juan fue llamado para ser testigo de quien estaba viendo. De aquel que sería la luz del mundo. Juan fue llamado para dar testimonio de la luz.

En ese recorrido, Juan elige presentarse diciendo: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto; enderezad el camino del Señor”. Juan elige la expresión del profeta Isaías para identificarse.
Su alejamiento de la ciudad y su estadía en el desierto había ayudado a Juan a entender su misión, pero sobre todo de poder ejercer su ministerio sin creerse superior a los demás. Juan es una voz que clama. Pero, ¿qué es lo que clama Juan? Juan expresa la indignación de muchos hombres y mujeres que han sido excluidos y alejados de Dios a causa de las ambiciones de los poderosos.

Es el clamor de un pueblo que pide a gritos que Dios venga para hacer justicia y que su Reino comience ya y ahora. Gente que vivía en la pobreza y oprimidos por un sistema y forma de gobierno, gente condenadas a la esclavitud a causa de los usureros del imperio y del templo, personas que habían perdido su dignidad, es la voz de clamor de todos aquellos que necesitaban de Dios y comenzaban a perder la fe.

Clamamos a Dios hoy por su presencia para que su justicia venga, para que esa luz siga presente en nuestras luchas sociales, en el acompañamiento a las personas más vulnerables, en los gestos claros de hombres y mujeres que asumen su compromiso con el Reino de Dios.

Carlos Kozel

Juan 1,6-8

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