De veras les digo que esta viuda pobre ha dado más que todos; pues todos dan ofrendas de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir.

Lucas 21,3-4

Siendo estudiante de Teología, realicé una práctica de verano en Paraguay. Estuve un mes en una zona rural haciendo visitas y celebraciones. Allí viví de la generosidad de muchas personas. Distintas familias me hospedaron, abriéndome sus hogares y sus vidas. Fue una experiencia maravillosa.

En una oportunidad me quedé en la casa de una familia muy pobre, que sólo contaba con dos habitaciones.

Cuando llegó el momento de descansar, toda la familia se organizó para dormir en una habitación, dejando la otra para mí. En un primer momento me sentí muy incómodo y me opuse, porque mi comodidad implicaba la incomodidad de ellos. Yo podía arreglarme en cualquier rinconcito. Terminé aceptando, porque ellos querían hacerme sentir bien. Esa era su ofrenda a la persona que les hacía una visita. De ellos aprendí mucho acerca de la generosidad.

Hace un tiempo, en un estudio bíblico, una señora mayor, -una gran sabia- dijo: “Hay que dar hasta que nos duela; si no, no tiene sentido”.

No sirve dar aquello que nos sobra. No sirve dar si no se da con amor, con generosidad. 

¿Y cómo estamos nosotros con el dar? ¿Damos nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestros dones, nuestro amor con generosidad, o damos lo que nos sobra?

Cuando el pobre nada tiene y aun reparte, cuando alguien pasa sed y agua nos da, cuando el débil al más débil fortalece, va Dios mismo en nuestro mismo caminar. (Canto y Fe N° 317)

Juan E. Dalinger

Lucas 21,1-4

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