Tú eres mi refugio: me proteges del peligro, me rodeas de gritos de liberación.
Salmo 32,7
Estoy segura de que alguna vez en tu vida has jugado a las escondidas. Sí, ese juego en el cual, mientras un jugador hace una cuenta regresiva, debes buscar el mejor escondite posible para no ser encontrado. Y me parece interesante y oportuno pensar en una comparación entre aquel escondite de un “juego de niños” y lo que hoy día representa en nuestras vidas “un escondite”.
Es por eso que, querido lector y querida lectora, me animo a preguntarte: ¿Cuál es tu lugar seguro? Ese lugar al que vas para aislarte de todo eso que te genera estrés y preocupación. Te aísla de tus ansiedades y tus miedos. Es ese lugar en el que puedes escapar de todo lo que no te permite avanzar, y donde después de haber recurrido allí, caminar parece un poco más fácil.
¿Y si te digo que ese lugar no necesariamente debe ser un espacio físico? Sino también una presencia, un sentimiento, una experiencia de fe.
Eso fue Dios para el salmista: su espacio seguro, de confianza, su refugio. En medio de tantas preocupaciones, aflicciones y sentimientos de culpa por los pecados cometidos, la presencia de Dios significó seguridad, confiabilidad y liberación.
En la actualidad, día tras día, el mundo y la vida misma nos obligan a enfrentarnos a situaciones que nos producen preocupación, miedo, estrés, ansiedad, pánico y frustración. Sin embargo, ante todo esto, Dios puede ser tu espacio seguro, tu refugio, tu escondite confiable. Él es protección, confianza, liberación. Es a Él a quien podemos recurrir en todo momento.
Querido Dios y Creador, gracias por tener siempre tus brazos abiertos y permitirnos refugiarnos en ti. Ayúdanos a confiarte nuestras cargas y sé siempre nuestra fortaleza. Por tu hijo Jesús, Amén.
Alexandra Löblein