Martes 29 de abril

 

Has cambiado en danza mi lamento.

 

Salmo 30,11

 

Suena gracioso escuchar “el polvo no tiene la capacidad para alabar a Dios”. Si se refiere a las cenizas – “de polvo eres, y al polvo volverás” – quizá nos quedamos pensando en que las cenizas contienen elementos importantes para abonar la tierra y contribuir a la regeneración de la vida. Consecuentemente, podemos decir que, junto a todo lo creado, estamos invitados a alabar a Dios.
El texto nos presenta la característica de Dios como ayudante. Esta definición se refiere a una tarea auxiliar o de asistente. Dios es conocido como ayudante en la tradición bíblica (Salmo 121,2), y la ayuda divina aparece en diferentes narrativas, cambiando experiencias de desesperación.
En esta convicción, el salmista define a Dios mediante una de sus acciones: el guía que ayuda a pasar del lamento a la danza, del dolor al gozo (30,11). Solo un ayudante puede ver más allá de nuestra oscuridad, comprender el dolor y proceder a guiarnos hacia el fin del duelo o dolor.
El salmista afirma el rol sanador de Dios, quien, sintiendo y viendo nuestras vidas quebradas en pedazos, es la ayuda que las compone poco a poco y con mucho cuidado. Este sensible poema visualiza a un ayudante solidario caminando a tu lado en los bordes del peligro sin dejarte caer. El salmista reconoce a Dios como su ayudador, a quien le promete alabar por siempre (v. 12).
Divina ayuda, eres maravillosa porque dondequiera que las dificultades me encuentren, allí estás tú ofreciéndome el apoyo cierto y seguro. La alabanza sea a ti, divina ayuda.

 

Patricia Cuyatti Chávez

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