Porque nuestro Dios, en su gran misericordia, nos trae el sol de lo alto de un nuevo día, para dar luz a los que viven en la más profunda oscuridad, y dirigir nuestros pasos por el camino de la paz.
Lucas 1,78-79
En este bellísimo cántico el sacerdote Zacarías bendice y alaba a Dios. En el canto recuerda la promesa de salvación de Dios a su pueblo y reconoce el rol que tendrá su hijo Juan como aquel que prepara el camino para Jesús, como el Hijo de Dios esperado. Zacarías canta que el Señor, el Dios de Israel ha visitado a su pueblo y que esa visita trae redención a su pueblo y luz en medio de las tinieblas.
Comúnmente, cuando uno va a visitar a alguien, lleva algún pequeño regalo: un ramo de flores, una bebida, un postre… algo que llene el corazón de felicidad y traiga bienestar a aquel que lo recibe. Es un gesto de generosidad, de respeto y de reconocimiento del otro, y se hace sin esperar nada a cambio.
El canto de Zacarías también nos habla de una visita y de algo que se regala en esa visita. Es Dios mismo quien viene a visitar a su pueblo y en esa visita se regala a sí mismo. Y esa entrega de sí mismo, que tiene su máxima expresión en la cruz en Viernes Santo, trae redención, perdón, reconciliación, luz y paz a este mundo que muchas veces habita en tinieblas y en sombras de muerte.
Estamos ahora comenzando el tiempo de Adviento en el cual nos preparamos para recibir el mayor regalo que la humanidad puede recibir: Dios mismo hecho hombre en el pequeño niño de Belén. Es su regalo a este mundo que ha creado, que ama y que sostiene en sus manos.
Sonia Skupch