Hijitos míos, que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino que se demuestre con hechos.

1 Juan 3,18

Es impensable imaginar que el amor se reduzca a una simple palabra. Al igual que la fe, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta (Santiago 2,14ss).
Creo que es una de las grandes incoherencias de nuestro ser cristiano. Podemos citar de memoria el mandamiento más importante que nos dejó Jesús, ¡pero qué difícil es llevarlo a la práctica!
Con frecuencia nos parecemos a aquel sacerdote y a aquel levita de la parábola del buen samaritano. Conocían el mandamiento; quizás acababan de pronunciarlo, pero cuando llegó el momento de aplicarlo ante el hombre caído, priorizaron la ley y el temor.
El amor, como don del Espíritu Santo, es aquel que se traduce en acción y en obras, aunque sean pequeñas. Nuestro futuro está en juego cuando el Hijo del hombre juzgue y determine quiénes serán parte de su Reino y quiénes no.
El criterio usado será: “Ustedes hicieron o no hicieron”. ¿Qué cosa? Obras de amor.
Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar y cuidar al preso, al extranjero, al enfermo.
Jesús le da al amor una dimensión eterna. Ningún acto de amor se pierde porque ni la muerte puede destruir aquello que hacemos desinteresadamente y de corazón, sin esperar recompensa. Dios nos ayude a ser generosos, desprendidos y solidarios. Amén.
Dios te llama a trabajar para su Reino con la voz, con la oración y con las manos. Sé instrumento al servicio del Dios vivo, construyendo así la nueva humanidad. (Cancionero Abierto Nº 89)

Stella Maris Frizs

1 Juan 3,11-18

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