Comieron y se saciaron; les cumplió, pues, su deseo.
Salmo 78,29

No es lo mismo ser tentado por algo que nos venden como una comida apetitosa o una oferta de comida asequible, que simplemente desear algo para calmar el hambre. Es como aquel hijo de Lucas 15:16, que miraba con envidia las algarrobas que los cerdos tenían para comer.
No es lo mismo estar lleno «a reventar» por pura gula y no querer compartir que sentirse satisfecho y alegre por lo que se ha comido, ya sea mucho o poco, y por compartir con otros. Hay una diferencia entre el banquete que dio el rey Herodes a personas importantes (Mateo 6, 21-28) y el banquete que se organizó en pleno campo para más de 5000 personas a partir de dos peces y cinco panes (Mateo 6, 34-44).
No es lo mismo simplemente llevar alimentos a la boca, tragar lo que sea y hacerlo de prisa, que alimentarse adecuadamente, tomarse el tiempo para preparar lo que vamos a comer, tener la libertad de elegir los alimentos y considerar los gustos de quienes comparten la comida con nosotros. Pensemos en Marta (Lucas 10:38-42); a pesar de su exceso de preocupación, deseaba ofrecer lo mejor a sus invitados.
El pueblo de Israel anhelaba alimentarse para no morir, ya que se encontraba en medio del desierto y tenía pocas opciones. Cada uno recibió de Dios lo justo y necesario para estar bien, para saciar su hambre y sentirse satisfechos. Comieron del pan del cielo, que era alimento físico, pero también experimentaron la presencia de Dios y compartieron en comunidad. Ahora, ¿De qué van nuestras mesas hoy?
Que el compartir la mesa en unión, que el disfrutar de esta comunión, nos den vigor para anunciar tu reino: lucha, compromiso, desafíos y misión (Canto y Fe N° 125)

Mónica G. Hillmann

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