Martes 4 de marzo

 

Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!, ¡dame un espíritu nuevo y fiel!

 

Salmo 51,10

 

Un David corroído por la culpa ha venido a clamar misericordia ante aquel que decide entre salvación y condenación del alma. Carga en su conciencia la sangre inocente de un hombre sencillo que lo admiraba y le fue fiel incondicionalmente, cuyo único “error” fue casarse con una mujer atractiva siendo pobre.
Humanamente hablando, diríamos que de eso no se vuelve. Sin embargo, el abatido David encuentra perdón y otra oportunidad, aunque deberá enfrentar las consecuencias de su alocada conducta, que serán duras y de largo alcance: “La espada jamás se apartará de tu casa… tomaré a tus esposas… las daré a tu prójimo… y él se acostará con tus esposas a la vista de este sol” (2 Samuel 12,10-11 RV60).
En la justicia divina, el perdón es paz con Dios y absolución de condena eterna, pero esto no elimina las consecuencias del pecado, ya que toda decisión produce resultados. Aun así, ese momento nos puede sorprender, tapando pecado con pecado, o podemos enfrentarlo de la mano de Dios.
“Si, cual viajero, voy con ansiedad, medroso al ver cerrar la oscuridad, aún en mí soñar, me harás sentir que estoy más cerca, oh Dios, de ti, más cerca, sí”.  (Himno: Más cerca oh Dios de tí)

 

Daniel Ángel Leyría

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