Así ha dicho el Señor: “Volveré a compadecerme de Jerusalén. La plomada volverá a tenderse sobre Jerusalén, y en ella será edificada mi casa.”

Zacarías 1,16

El templo es la casa común para los congregados en nombre de Dios. Israel necesitaba un nuevo templo en Jerusalén porque el anterior había sido destruido. Ahora Dios promete, mediante el profeta Zacarías, que la reconstrucción del templo será posible.

El templo es un símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Tener un local de reunión no es un dato menor, pues una casa particular puede servir a determinados objetivos pero un edificio apropiado para muchas personas se presta a efectuar las actividades que pueden resultar más representativas para una comunidad de fe más amplia.

El amor de Dios es tan grande que le gustaría que todos nos pudiéramos reunir. Las actividades son diversas y las liturgias también, pero el espacio en común no debe faltar. Estamos llamados al encuentro y la comunión.

La historia es muchas veces trágica, pero el Dios bíblico es el de la esperanza por la cual nos proyectamos al fortalecimiento de nuestra fe y adoración. El templo en Jerusalén debía servir a ese propósito; así también todos nuestros locales de reunión.

Si nuestros templos no cumplen la función del encuentro comunitario debemos re-preguntarnos cuáles son los cometidos que están cumpliendo.

Es necesario reconocer que las personas que llegan a la iglesia buscando orientación espiritual, esperanza y una comunidad viva, necesitan del espacio vital que les permita, por un lado, experimentar que efectivamente “tienen lugar” allí y, además, que el lugar les resulte agradable, familiar y adecuado para el encuentro con Dios.

Wilma E. Rommel – Álvaro Michelin Salomon

Zacarías 1,7-17

 

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