Ustedes han entrado al servicio de Dios… Ustedes han entrado al servicio de la justicia…

Romanos 6,22.18

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El apóstol Pablo compara el servicio a Dios con el servicio a la justicia. Dice que ese servicio implica “poner el cuerpo” (vs 19). La justicia no se logra sólo a partir de los discursos, sino poniendo manos, pies, corazón, cerebro, la integridad de nuestro ser en favor de la causa que identifica a Dios: la causa de la justicia.

El bautismo que nos identifica como parte de la familia de Dios, que nos une a Cristo, que nos suma también a su iglesia, es un sacramento que nos convierte en militantes de una causa.

Poner el cuerpo en ese ministerio de servicio tenía claras consecuencias en los tiempos de la primitiva iglesia cristiana. A Jesús lo mataron por ponerle cuerpo, por encarnar la gracia de un Dios de amor por la justicia. A Jesús le clavan las manos a una cruz por haber tocado lo impuro, por haber abrazado lo excluido, por haber partido el pan con gente despreciada, por haber sanado a los nadies. A Jesús le clavan los pies al madero por haber caminado junto a los pobres, haber ido al encuentro de quienes eran diferentes, por haberse dejado besar por una mujer mal vista, por haber pateado la mesa de los ricos corruptos. A Jesús lo callan por haber puesto su voz al servicio de un Reino que no era de piedades artificiales sino de solidaridades concretas.

Poner el cuerpo al servicio de Dios, al servicio de la justicia, llevó a varios apóstoles a la cárcel, a la tortura, a la muerte.

Poner el cuerpo al servicio de la vida digna, al servicio de una comunidad de iguales, al servicio de los derechos de las personas más pequeñas, fue una bala para Monseñor Romero y otra para Martín Luther King; fue la cárcel y la muerte para Bonhoeffer, fue la desaparición de miles de personas. Y seguirá siendo un costo alto de asumir para cada hijo e hija de Dios.

¿Hemos verdaderamente ingresado al servicio de Dios? ¿Le hemos puesto el cuerpo, la vida entera, como nuestra señal de compromiso?

Que mi vida entera esté consagrada a ti Señor…

Gerardo Oberman

Romanos 6,12-23

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