El Señor les dice: “¿Qué de malo encontraron en mí sus antepasados, que se alejaron de mí? Se fueron tras dioses que no son nada, y en nada se convirtieron ellos mismos. No se preocuparon por buscarme a mí, que los saqué de Egipto, que los guié por el desierto, tierra seca y llena de barrancos, tierra sin agua, llena de peligros, tierra donde nadie vive, por donde nadie pasa. Yo los traje a esta tierra fértil, para que comieran de sus frutos y de sus mejores productos. Pero ustedes vinieron y profanaron mi tierra, me hicieron sentir asco de este país, de mi propiedad.
Jeremías 2,5-7
Cuanto ha hecho Dios por nosotros y nosotras. No bastarían las palabras para pretender narrar el amor de Dios para con sus hijos e hijas.
Sin embargo, nos alejamos de Él y olvidamos sus promesas, sus obras a favor de todos y todas, sus bendiciones y su fidelidad. Dejamos a un lado sus preceptos, abandonamos a Dios, le damos la espalda. ¡Cuánto nos ha dado y no hacemos más que corromperlo todo! Pero Dios no permanecerá en silencio. Su palabra resonará con fuerza. La palabra de Dios es poderosa y eficaz, a pesar de los obstáculos con los que se enfrenta. Es y será como una fuente de agua
viva que no se puede contener. Será nuestro alimento y sustento.
Y esa misma palabra es la que nos brindará la certeza de que Él no abandonará su obra. Que, aunque así lo deseáramos, no podremos apartar nuestra mirada de Dios y de su acción por la Creación toda. Será ese Dios, que sacó a su pueblo de Egipto, quien emprenderá la búsqueda para encontrarnos y colmarnos de bendiciones.
Sergio Utz
Jeremías 2,1-13