Martes 8 de abril

 

Por ti he soportado ofensas; mi cara se ha cubierto de vergüenza; ¡soy como un extraño y desconocido para mis propios hermanos! Me consume el celo por tu casa; en mi han recaído las ofensas de los que te insultan.

 

Salmo 69,7-9

 

Este salmo tiene un título muy fuerte: “Un grito de angustia”. Refleja el sufrimiento y la soledad que experimenta quien defiende la verdad, incluso cuando esa defensa lo lleva a ser rechazado y despreciado. Me recuerda a Martín Lutero. Al clavar sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517, inició un movimiento que lo llevó a enfrentar severas críticas y persecución. ¡Quién sabe cuántas ofensas y ataques soportó! Seguramente mucho más de lo que podemos imaginar o de lo que conocemos de su historia.
Al igual que el salmista, Lutero fue visto como un extraño, incluso por aquellos que compartían su fe, debido a su firmeza en cuestionar las prácticas de la Iglesia que consideraba corruptas y contrarias a las enseñanzas de las Escrituras. Su pasión por la pureza del Evan- gelio lo llevó a soportar muchas amenazas, pero su convicción era tan fuerte que prefirió enfrentar la vergüenza y el rechazo antes que comprometer su conciencia y su fe.
Lutero encontró fortaleza en la gracia de Dios, y su sufrimiento no fue en vano, pues la Reforma llevó la Palabra de Dios a muchas personas, liberándolas de la opresión espiritual.
También nosotros podemos encontrar consuelo y valor en el conocimiento de que, aunque el camino sea difícil, estamos llamados a ser fieles testigos de la verdad del Evangelio.
“Más allá de la angustia con que el fuerte petrifica el horror, más allá de los miedos que acarician los hilos del temblor, no hay silencio, no hay olvido: hay latidos de Dios” (Canto y Fe número 222).

 

Patricia Wawrysiuk

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