El sumo sacerdote le preguntó a Esteban si lo que decían de él era cierto, y él contestó: “Hermanos y padres, escúchenme: Nuestro glorioso Dios se mostró a nuestro antepasado Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que se fuera a vivir a Harán, y le dijo: ‘Deja tu tierra y a tus parientes, y vete a la tierra que yo te mostraré’.”
Hechos 7,1-3
EL ACUSADO se encuentra frente a toda una corte de justicia. El reo no es otro que el discípulo Esteban. Y lo juzga el Sanedrín, tribunal de hombres poderosos e influyentes que no sienten la menor simpatía por él. La tarea era juzgar, juzgar, juzgar…
¡Qué complejo juzgar a otros! En la actualidad, vivimos en medio de un caos total en lo que respecta a juzgar al otro: la TV, la radio, las revistas, los diarios, etc. La tarea era juzgar a Esteban porque no les agradaba lo que anunciaba. No eran tan diferentes a nosotros hoy.
Somos personas, todas diferentes y únicas. Por esta razón tenemos pautas de comportamiento determinadas, una personalidad concreta y un interior muy significativo que da muestras de quiénes somos. Sin embargo, esta particularidad nos permite juzgar a los demás.
Es muy fácil cuestionar a los demás y que los demás nos juzguen. Sin embargo, lo cierto es que la persona que juzga dice más de sí mismo que lo que pretende decir del otro. Es decir, si yo juzgo a alguien por ser un hipócrita, quizás debería ver yo en qué aspectos de mi vida soy hipócrita. Lo cierto es que mis gustos no son los mismos que los tuyos, seguramente no actúo cómo tú actuarías en mi lugar y, muy probablemente, a mí no me afectan las cosas de la misma manera que a ti.
Juzgar es como tirar una moneda al aire y ver qué sale: puede ser otro el punto de mira o puedes ser tú. Y si eres tú, no te gustará nada que hablen de ti a la ligera. En estos casos siempre decimos que para entender al otro hay que ponerse en su piel y cuando nos juzgan nadie lo hace.
“Sabes mi nombre, pero no mi historia. Has oído lo que he hecho pero no has pasado por lo que he pasado. Sabes dónde estoy, pero no de dónde vengo. Me ves riendo, pero no sabes lo que he sufrido. Deja de juzgarme.” Que el Padre que está en el cielo nos juzgue con amor de Padre y de Madre. Amén.
Daniel Enrique Frankowski Hechos 7,1-29