Mientras comían, Jesús tomó el pan y lo bendijo; luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, y les dijo: “Tomen, coman; esto es mi cuerpo.” Después tomó la copa, y luego de dar gracias, la entregó a sus discípulos y les dijo: “Beban de ella todos, porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos, para perdón de los pecados. Yo les digo que, desde ahora, no volveré a beber de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.”
Mateo 26,26-29
Estos versículos forman el núcleo de las palabras de institución de la Santa Cena en nuestros cultos y celebraciones.
El pan y el vino son el recordatorio de la muerte de Jesús en la Cruz: Muestra cuánto Dios nos ama. Tanto fue ese amor que envió a su Hijo para que muriera por nosotros, para que nuestros pecados puedan perdonarse y podamos vivir por siempre con él. La muerte de Jesús es un tremendo regalo para nosotros. Debemos recibirlo con enorme gratitud, como una expresión de gran amor. Si por ello derramamos lágrimas, deben ser lágrimas de alegría.
La Santa Cena nos acerca a Jesús resucitado: La Santa Cena nos ayuda a mirar hacia arriba, a Cristo, y ser conscientes que la verdadera vida sólo puede estar en él y con él. Somos incapaces de acumular méritos para entrar al Reino de Dios, necesitamos de su misericordia y gracia para de su mano entrar a los aposentos de nuestro Dios.
La Santa Cena nos une hoy al futuro, el regreso de Jesús: El pan y el vino son muestras de lo que será la más grande celebración de victoria en toda la historia. Pablo escribió que, por lo tanto, siempre que coman de este pan, y beban de esta copa, proclaman la muerte del Señor, hasta que él venga. (1 Corintios 11,26).
Es muy importante que, como cristianos, nos acerquemos a la mesa del Señor con entusiasmo y esperanza, sabiendo que esto no es sólo una ceremonia religiosa, sino una experiencia espiritual del evangelio de la salvación en Cristo Jesús.
Fabian Pagel
Mateo 26,17-30