Aún no tengo la palabra en la lengua, y tú, Señor, ya la conoces. Por todos lados me has rodeado; tienes puesta tu mano sobre mí.
Salmos 139, 4-5
Comunicarse con Dios es tan complejo como sencillo. La clave está en la fe. Para el escéptico, existe un pesado silencio; en cambio, ante una fe tan pequeña como un grano de mostaza (Lucas 17,6), el Eterno se hace accesible a nuestra limitada concepción.
En la relación que se forma con el hombre, la oración es el recurso por excelencia para comunicarse. Pero, ¿cómo es posible el entendimiento entre dos seres tan distantes? Este breve pasaje lo explica:
Antes de que podamos decir algo, el Señor del universo ya sabe de qué se trata, hasta el mínimo detalle.
Nos rodea con su mano. Es decir, Él hace casi todo: se acerca sabiendo lo que tenemos para decirle y nos cubre con su mano. ¿Qué le toca al hombre? Solo acudir con fe.
Descubrimos entonces que todos podemos orar sin limitaciones de espacio, tiempo o incluso de palabras. Si miramos el ejemplo de Jesús, él separaba tiempo para orar (subía al monte, Lucas 6, 12) y también lo hacía de manera espontánea en la vida diaria delante de otras personas (Mateo 11, 25).
El Creador y Sustentador del universo nos espera
Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios amoroso, para que él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad.
Hebreos 4, 16
Daniel Angel Leyría