La multitud al oír a Jesús, se preguntaba admirada: -¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí entre nosotros? Por eso no quisieron tomarlo en serio.

Marcos 6,2-3

Suena a discriminación, a envidia pueblerina, a no querer admitir que un joven del propio pueblo haya adquirido conocimiento y autoridad. En un primer momento la gente queda admirada de la sabiduría expuesta, pero inmediatamente la ponen en descrédito al descubrir que el predicador es uno de ellos.

Conocemos reacciones de ese tipo de nuestro propio entorno actual. “Nadie es profeta en su tierra” asevera Jesús. Es una experiencia de la psicología humana que quedó acuñada como proverbio. Por ello empresas, bancos, iglesias hasta el día de hoy no envían su personal especializado a las dependencias que se hallan en sus lugares de origen. Es triste que sea así, y quizás una mala costumbre que valdría la pena cambiar.

Jesús no logró completar su ministerio en Nazaret. Sólo pudo sanar a unos pocos enfermos, nos atestigua el evangelista. No obstante, Jesús no se dejó achicar, continuó su misión en otras localidades. Y potenció esta labor enviando a sus discípulos de dos en dos.

Tampoco nosotros nos debemos achicar a la hora de colaborar en la misión de la Iglesia. Frente al envío de Jesús no puede anteponerse el “qué dirán” de las comadres de nuestro barrio. Por razones estratégicas eventualmente obviaremos a nuestro barrio, pero el objetivo de nuestra misión deberá permanecer firme y comprometido. El Señor enviará a otros “profetas” a nuestro barrio.

Federico Hugo Schäfer

Marcos 6,1-6; Santiago 4,1-12

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