¡Pero Él me escuchó y atendió mis oraciones!
Salmo 66,19
No. Nuestro Dios, ese Dios en el cual creemos y confiamos, no es un Dios sordo, indiferente a nuestras súplicas, a nuestros ruegos. Por el contrario, es un Dios que, tarde o temprano, se hace presente en nuestras vidas, y responde. Mamerto Menapace escribe en uno de sus cuentos: “El velero había salido del puerto de Buenos Aires buscando el Pacífico. Para llegar allí no tenía más remedio que bordear la tierra en busca de la brecha que le permitiera torcer hacia la derecha rumbo al mar grande. Por eso puso confiado proa al sur, aunque su meta fuera el oeste. Pero el cambio de rumbo no se hizo. Tal vez se navegaba con velas demasiado desplegadas. Tal vez fuera de noche cuando pasó frente a la brecha. A lo mejor sucedió durante una tormenta. No sé. Lo cierto fue que el pobre velero se encontró rodeado por los témpanos, por el frío, las tormentas, y un sol lejano que cada vez se alejaba del horizonte. Fue cuando se tuvo conciencia de estar marchando hacia la nada, hacia el vacío del frío y de la muerte. Y fue entonces cuando se recibió el mensaje. Tres cortas… una larga… silencio. Tres cortas… una larga… silencio. El brillo intermitente despertó la curiosidad de esos hombres hambrientos de señales. Era un faro. El faro continuaba fiel al ritmo de sus intermitencias: tres cortas… una larga… silencio. Y fue gracias a la fidelidad precisa y silenciosa a sus intermitencias por la que los marineros ubicaron la identidad del faro y con ello un punto de referencia para su propia posición. Se supo que se estaba proa al polo. Y se viró en redondo”.
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