Estimados hermanos, estimadas hermanas.
Gracia y paz de parte de nuestro señor Jesucristo el que era el que es y el que ha de venir, amén. Un nacimiento lo cambió todo. Así lo experimentaron aquellos humildes pastores, que en medio de la noche recibieron una noticia del nacimiento del Mesías, el hijo de Dios, el Salvador del mundo.
Así lo relata el Evangelio de Lucas en el capítulo 2: En esa región había unos pastores que pasaban la noche en el campo turnándose para cuidar su rebaños. Sucedió que un ángel del Señor se les apareció y la gloria del señor los envolvió en su luz y se llenaron de temor. Pero el Ángel les dijo: «no tengan miedo, miren que les traigo buenas noticias que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador que es Cristo el Señor. Esto le servía de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
Es cierto, la vida de estos pastores no cambió demasiado de un momento para otro; siguieron siendo pastores de ovejas, siguieron cargando el estigma que pesaba sobre ellos, siempre acusados de vagos y ladrones. Tampoco el nacimiento significó un aumento considerable de sus ingresos: seguían siendo pobres, pero a pesar de todo ello, para estos humildes pastores, el nacimiento del niño era una buena noticia, era evangelio porque era la confirmación de que Dios no se había olvidado de su pueblo, que tampoco los estaba condenando a padecer en soledad las aflicciones la explotación a la cual estaban sometidos de distintas maneras. Era la confirmación de aquellas promesas de Dios transmitida por los profetas, que anunciaban un nuevo tiempo de justicia y de paz. Era la certeza de saber que Dios estaba en medio de ellos, cumpliendo su promesa y que para el pueblo de Dios había esperanza, a ese pueblo que era víctima de la opresión del Imperio Romano.
Había luz en medio de tanta oscuridad y los pastores creyeron en ello. A pesar de que el niño era pequeño y que nacía en un pesebre y que era hijo de una pareja pobre, aunque las cosas siguieron iguales como les decía recién Lo cierto es que algo nuevo había comenzado y el niño frágil era una esperanza fuerte. Dios está con su pueblo. Ël cumple sus promesas de salvación.
Estimados hermanos y estimadas hermanas, como el pueblo de aquel entonces, también nosotros y nosotras padecemos situaciones que amargan la vida, que le quitan brillo y valor: la guerra, el hambre, las violencias, las migraciones forzadas, la falta de trabajo, el sueldo que no alcanza, las dificultades que provocan miedo y desánimo.
Todas estas cosas y muchas otras más, son situaciones que amargan y le quitan brillo a la vida; sin embargo, en cada Navidad los gritos ensordecedores producto de la violencia, la guerra las desigualdad, las divisiones… todo eso se apaga y queda ha callado debajo del llanto de un bebé que nace en un pesebre desde lo pequeño frágil y bien humilde.
Dios nos está anunciando que está aquí y que su proyecto de vida en abundancia también está presente en medio nuestro. Ese niño parece pequeño, pero el amor que está presente en él es tan grande que puede llenar toda la tierra, todas las vidas. Es un amor que contagia y que también invita a amar. Por eso es que en él y con él que hay esperanza de un mundo renovado.
Hermanos y hermanas, quiero invitarlos e invitarlas a que en esta Navidad, así como los pastores, también nosotros y nosotras, nos dispongamos a prestar atención a ese llanto que apaga todas las demás cosas, al llanto del niño que nace en medio de los pesebres de este mundo y creamos que semejante fragilidad está Dios presente en medio de su pueblo.
Prestemos atención y dejemos que esa presencia nos atraviese. Dejémonos sorprender por su fragilidad y conmover por su inmenso amor, para que sostenidos por Él, podamos ser instrumentos a favor de un mundo que necesita ser transformado ser más humano y más ecológico. Que el nacimiento de Cristo, hermanos y hermanas, haga nueva todas las vidas y la de este mundo también que así sea. Amén.
Pastor Leonardo Schindler
Pastor Presidente de la IERP