Ellos se pusieron tristes, y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso seré yo?”

Marcos 14,19

El residente de un pequeño pueblo le confesó a un amigo sabio que la muerte espiritual se había apoderado del lugar. Hasta el amor que lo unía a su mujer estaba más muerto que vivo. “¿Acaso seré yo?” –le preguntó. “Exactamente,” le contestó el amigo. “La culpa es tuya. Hacé lo siguiente: Todas las mañanas tu mujer se levanta temprano para ir a sacar agua del aljibe. Mañana hacelo vos. Y cuando la sorprendas en la cocina con los baldes llenos de agua, preguntale en qué más podés ayudarla. Y cuando más tarde te pida ayuda con otra cosa, dejá lo que estés haciendo y ponete a su disposición. Seguí así todos los días. Vos mismo te sentirás mejor.” El amigo continuó: “No pasará mucho tiempo antes de que tu mujer, al verte tan cariñoso y atento, comience a buscar formas de complacerte a vos.

Entonces  los vecinos, al observar que el amor renace entre ustedes, te preguntarán por el secreto, y comenzarán a imitarte, y en poco tiempo la muerte espiritual del pueblo será una cuestión del pasado.” El amigo finalizó así: “Ante cualquier conflicto que surja, antes de culpar a tu mujer o a cualquier otro, acordate siempre de decirte primero a vos mismo que es tu culpa y hacé lo que de vos dependa para solucionarlo.”

Durante la última cena, los discípulos fueron lo suficientemente honestos como para reconocer que cada uno de ellos podía ser el traidor. No se incriminaron unos a otros. Tampoco vos ni yo debemos culpar a otros antes de examinarnos a nosotros/as mismos/as.

Andrés Albertsen

Marcos 14,17-25

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