El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra. Otra parte cayó entre espinos. Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno.

Lucas 8,5-8

Provengo de familia de campesinos. Mi abuelo trabajó la tierra en el Chaco. Recuerdo de muy pequeño ver a mi familia labrar la tierra a la antigua usanza, arado de mancera, caballos, caminando entre los surcos y sembrando, ya no al voleo, pero de todas maneras las semillas tenían el destino como en la parábola. Algunas caían a la orilla del monte, otras no lograban la profundidad necesaria, pues las herramientas de campo no eran perfectas. También recuerdo las bandadas de pájaros detrás de los labradores “levantando” lo que podían. Pero visto en perspectiva de cosecha siempre era suficiente y buena, es decir que también había mucha semilla caída en tierra fértil.

Con estas imágenes nunca fue difícil para mí comprender la parábola, ya que eran conocidas por mí.

Pasaron muchos años. Viajando por el campo, ya no veo nada de eso. Grandes sojales o maizales, hasta donde la mirada llegue. Ya no hay monte. Ya no hay labradores caminando. Ya no hay pájaros… sólo soja o maíz y grandes máquinas. En perspectiva de agroquímicos, no hay malezas molestas y todo echa raíz y crece y da fruto (no preguntemos por el costo y los daños colaterales).

¡Qué difícil es en este momento explicar a nuestros pequeños esta parábola! Primero deberemos darles una clase de historia y nos mirarán con ojos incrédulos, como hace unos años cuando le explicaba a mi hijo, aún pequeño, que antes, para hablar por teléfono, debíamos girar un disco con agujeritos que había en el aparato.

Norberto Rasch

Lucas 8,4-15

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