Que se alegre el desierto, tierra seca; que se llene de alegría, que florezca.
Isaías 35,1
Hace veinte años, éramos cien personas en los cultos. Un día, el solitario Jorge dejó de venir, pero a mí no me importó porque yo tenía amigos. Después, Marta, la loca, dejó de venir, pero a mí no me importó porque yo no estaba loco. Con el tiempo, Guillermo, el anciano, no vino más, pero yo no me preocupé porque yo era joven. De esa forma, uno a uno fueron dejando de venir. El año pasado, la pastora se jubiló y se fue; la despedí y le di las gracias por tantos años de servicio. Hoy, en la parroquia hace frío y la puerta permanece cerrada porque ya nadie viene más. El polvo lo cubre todo y yo estoy solo, soy anciano y estoy algo loco. Ahora es un poco tarde para preguntar: ¿por qué no venís a compartir, a perder el tiempo a veces, a dialogar o debatir sanamente? Tendría que haberme interesado más en mis hermanos y hermanas, pero hoy ya es tarde.
Es solo un cuento inspirado en el poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984), pensado para reflexionar. Cada vez más, estamos asistiendo a una época de soledades; la tecnología nos aleja de la presencia de Dios en nuestros hermanos y hermanas, pero nunca es tarde. No perdamos la esperanza, ya se acerca la Navidad. Charlemos, preguntemos, no nos dejemos de lado. No cambiemos un buen apretón de mano por un tibio “bendición” escrito en un mensaje de WhatsApp. Vayamos a la parroquia, organicemos eventos, colaboremos para hacer de todo en las parroquias. Co-creemos junto a Dios ese maravilloso don de compartir como hermanas y hermanos en la comunidad.
Renatto Gray