El joven Samuel seguía sirviendo al Señor bajo las órdenes de Elí… Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde se encontraba el arca de Dios… Samuel no conocía al Señor todavía, pues él aún no le había manifestado nada…
1 Samuel 3, 1. 3. 7
Samuel era el hijo tan deseado de Ana, una mujer devota, aunque estéril que, en su anhelo por ser madre, hizo un trato con Dios: Si Él le concedía un hijo varón, ella lo entregaría a su cuidado. Así que el pequeño Samuel fue llevado al templo a los seis años y dejado al cuidado del sacerdote Elí para que se dedicara al servicio del Señor. Elí hacía dormir al niño en el templo, donde estaba el arca del pacto. Lejos de traumarse por esta infancia tan atípica, Samuel tuvo una vida plena y fructífera. Dormir cerca de Dios le sentó bien.
Pero a pesar de esa cercanía, no conocía la voz de Dios porque Él no se lo había revelado. La cercanía no implica una relación. ¡Podemos estar sinceramente haciendo cosas para Dios, ya sea dentro o fuera del contexto de la iglesia, y aún así no conocerlo! Y esta es la esencia de la vida eterna (ver Juan 17.3)…
En la relación con el hombre, es Dios quien se da a conocer. Es el que llama:
…después llegó el Señor, se detuvo y lo llamó igual que antes: –¡Samuel! ¡Samuel! –Habla, que tu siervo escucha –contestó Samuel. (1 Samuel 3.10)
A nosotros nos toca responder al llamado del Señor. Prestemos atención en la vida diaria a momentos, situaciones, instantes fugaces donde Dios quiere captar nuestra atención.
Daniel Angel Leyría