Miércoles 10 de mayo

Pues bien, lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles.
Hechos 17,23b
En el Areópago, monte situado al Oeste de la Acrópolis de Atenas, es donde, como parte de su testimonio, Pablo expresa estas palabras. Ese Dios al que los atenienses no conocen es el Dios al cual el apóstol va a anunciar. Es el mismo Dios que en Jesucristo, el resucitado, irrumpe en la vida de Pablo camino a Damasco. Desde ese instante, el cambio que se produce en el interior del apóstol es tan fuerte y tan profundo que ya no puede menos que poner manos a la obra e iniciar su ministerio. Ministerio, camino, que lo lleva hasta este momento y esta hora donde allí en el Areópago va a dar a conocer quién es ese Dios desconocido al cual los atenienses adoran. En los tiempos que vivimos, muchas veces se da por sentado que todo se sabe o se conoce. ¡Cuánto más lejos de la verdad! Aunque parezca mentira hay muchos que aún no han oído hablar de este Dios desconocido que, en Cristo, viene a darse a conocer e instalarse en medio nuestro. Por eso nunca hay que dar nada por sentado. Menos tratándose de la fe o del compartir la misma. Es muy posible que, allí por donde nos movamos o allí donde vivamos, haya quien todavía no ha oído hablar de un Dios que ama y perdona, que viene a nuestro encuentro para restaurarnos y redimirnos, que quiere hacerse presente en nuestros corazones siendo Señor y Salvador nuestro. Hoy, al igual que ayer, también se espera que en los muchos altares de esta vida proclamemos y anunciemos al único Dios verdadero.

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