Herodes ordenó, pues, cortarle la cabeza a Juan en la cárcel; luego la llevaron en un plato y se la dieron a la muchacha (Salomé), y ella se la entregó a su madre.
Mateo 14,10-11
Juan era un valiente profeta, que en nombre de Dios denunció a los dirigentes corruptos de su tiempo. Los llamaba al arrepentimiento y a encaminar sus acciones y su vida conforme a los mandamientos de Dios. Mucha gente, especialmente los sencillos, se acercaban a escucharle y se dejaban bautizar.
Hasta el mismo Jesús le pidió ser bautizado. Así es que en la Biblia se lo conoce como Juan el Bautista. Sus denuncias llegaron hasta lo más alto, al gobernante y rey Herodes, porque éste tenía una relación con Herodías, la esposa de su hermano Filipo. Fue durante una fiesta en que la bella Salomé, aleccionada por su madre, Herodías, logró que Juan fuera asesinado en la cárcel.
El evangelio se encarga de destacar la enorme tristeza de Jesús en este relato violento y trágico. En la trama de esta historia, que hace evidente la corrupción que grita al cielo, ya se estaba anticipando el camino que llevaría a Jesús a su propia muerte en la cruz. Es por esa cruz, que son llamados a cambiar y orientarse hacia el amor que enseña el camino de Dios, tanto los esposos infieles entre ellos, así como los gobernantes que en el poder se corrompen y llegan al encarcelamiento y asesinato de quienes los cuestionan.
Él por nosotros fue a la cruz, para volvernos hoy a Dios; su vida entera dio Jesús, oigamos, pues, su santa voz: perdón ofrece el Salvador Crucificado, Dios de amor. (Canto y Fe Nº 56)
Bruno O. Knoblauch
Mateo 14,1-12