Donde no hay dirección divina, no hay orden; ¡feliz el pueblo que cumple la ley de Dios!
Proverbios 29,18
Un pueblo deambulaba en el desierto tratando de lograr identidad después de la huida de la esclavitud y la pobreza extrema. Estaban desorganizados y seguramente no faltaban los oportunistas y las falsas promesas, después de todo no era una masa humana homogénea en tránsito. Les faltaba coherencia y horizonte común. La huida de Egipto no lo era, fue tan solo la intención común… la huida detrás de un líder hacia un ideal, la libertad. Pero eso era solo eso, un ideal, un concepto, una experiencia desconocida en carne propia por ellos. Me los imagino por un momento, sentados en el desierto con hambre y sed y sin disfrutar de la situación. Tomaron conciencia de que la libertad se consigue trabajándola, no es en sí misma. Se logra empoderándose de la vida misma y dirigiéndola hacia ese horizonte preciado. El caminar hacia ella es comenzar a saborearla. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Dónde está el manual básico? Creo que ni Moisés lo tenía claro.
Es en esa circunstancia que Moisés es convocado por Dios, el mismo que los había ayudado a salir de la esclavitud para entregarle las tablas de la LEY, los mandamientos. La guía básica de la buena convivencia, del respeto mutuo. El resumen de lo que hoy llamaríamos código penal y civil. Regulaba no solamente nuestra interacción humana sino nuestra relación con Dios, en beneficio más que nada de los seres humanos, creyentes o no.
Pero qué rebeldes somos. En la historia de Adán y Eva queda expuesta esa rebeldía en sí misma… podemos manejar nuestra vida y nuestras relaciones sin Dios a nuestro lado. No hace falta que nos inspire. No hace falta que nos muestre caminos. Queremos hacer nuestras propias experiencias y buscar horizontes a nuestro antojo… sin Dios y sin importarnos pisotear al otro y a la otra.
Y así nos está yendo. Permitamos que Dios vuelva a conducir nuestros destinos.
Norberto Rasch
Proverbios 29,1-18