Luego Ester volvió a presentarse ante el rey. Se arrojó a sus pies, y con lágrimas le rogó anular el daño que Amán había pensado hacer contra los judíos.
Ester 8,3
Suplicar… Se dice que la súplica se diferencia del pedido porque cuando suplicamos nos revestimos de humildad.
Es como poner al desnudo los sentimientos de nuestro corazón y la angustia de nuestra alma. Suplicamos porque nos sentimos vulnerables y frágiles.
Fue lo que, precisamente, llevó a Ester a arrojarse a los pies del rey y llorar con profundo dolor. Un rey que una vez más accede a su pedido. Y la respuesta de ese rey cambió la realidad de toda una comunidad. Nos dice la Escritura: “y a los judíos se les iluminó el rostro de alegría, gozo y honra.” (Ester 8,16)
En muchos de nuestros templos aún se ven algunos bancos con una madera transversal que no fue diseñada para que apoyemos nuestros pies. En realidad se usaba para arrodillarse en la oración de confesión. Un gesto de profunda humildad.
Hoy, inclinamos nuestros rostros en esa plegaria para después elevarlos nuevamente al momento de la absolución y así alabar a Dios por su gran misericordia. Y lo hacemos porque tenemos la certeza de la compasión del Señor y la misma convicción del Salmista al decir: “¡Haz que los que siembran con lágrimas cosechen entre gritos de alegría!” (Salmo 126,5)
Puede que tengamos que atravesar momentos de mucha dificultad. Es posible que en más de una oportunidad nos encontremos en medio de muchos errores que nos alejaron del camino. Sea cual fuere la situación, la gracia de Dios nos envuelve como un gran manto que quiere brindarnos consuelo, perdón y –por sobre todas las cosas- el calor de su presencia.
Elevemos nuestra mirada por encima de nuestras dificultades para expresar cantando una vez más: “Señor en Ti yo creo y siempre creeré, en mi alma harás que brille la antorcha de la fe. Al cielo ¡cuántas veces alcé en mi aflicción la vista y dulce alivio bajaba al corazón!” (Culto Cristiano Nº 228)
Carlos Abel Brauer
Ester 8,1-17
