Ustedes me serán un reino de sacerdotes, un pueblo consagrado a mí.
Éxodo 19,6

El pueblo de Israel había sido liberado de Egipto. Ahora estaban en el desierto con un largo camino de años por recorrer. Su relación como pueblo, y de pueblo con Dios, estaba siendo reescrita.
En este contexto de liberación y de incertidumbre por el futuro, Dios le refiere al pueblo estas palabras. Ahora ellos/as ya no estarán sometidos o esclavizados a un imperio, a un emperador, sino que, en libertad, serán un reino de personas consagradas al Dios liberador.
Creo que el pueblo de aquel tiempo, no entendió del todo qué significaban las palabras de Dios, y tampoco nosotros hoy. Poner nuestra vida al servicio del Señor, es también confiar en que Él no dejará librado nuestro destino a la pura suerte.
Pienso que hoy Dios nos diría: “Son libres, son salvos de lo que los estaba esclavizando; ahora tienen que caminar juntos y construir algo distinto a la opresión, el castigo y todo aquello que deshumaniza. Confíen en mí, en mi amor y promesa de una vida plena, para renacer a lo nuevo”.
Pero somos quejumbrosos, como el pueblo en el desierto y, en ocasiones, hasta anhelamos la vuelta a la esclavitud, el retorno a las “ollas de carne” que quizás llenaban el estómago, pero no el espíritu. Y esto quizás sea porque la libertad es compromiso y responsabilidad para con el otro, la otra y también con Dios. Es decir, implica dar todo de nosotros/as, algo por lo que no siempre estamos dispuestos/as. Y en este sentido, consagrarse al Señor no es otra cosa que entregarnos a su misericordia y amor, para servir en su reino de vida eterna, que se encarna en nuestra historia.

Joel A. Nagel
Éxodo 19,2-6

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