Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran
Hechos 2,4
En cuatro días es Pentecostés, la fiesta en celebración del Espíritu Santo. En la escuelita bíblica siempre me resultó difícil explicar qué es el Espíritu Santo. Cuando buscamos material catequético, a veces se lo representa como una paloma, como una lengua de fuego, como aire o como agua. Me resulta difícil porque es el elemento de la Trinidad incorpóreo. ¡Qué difícil pensarnos fuera del cuerpo! ¿Es una fuerza? ¿Es una persona? ¿Es un elemento?
Me gusta explicarlo usando una metáfora. Imaginemos que estamos en un lugar oscuro y no podemos ver. Estamos perdidas o perdidos y, entonces, aparece Dios para guiarnos en el camino. Puede aparecernos como un faro a lo lejos que nos guía o cerca nuestro como un perro lazarillo. Pero, también, puede venir de adentro y guiarnos quitándonos el miedo para caminar a tientas, despacio, pero usando nuestro sentido del tacto y del oído.
El Espíritu Santo que nos rodea excede el lenguaje, trasciende fronteras idiomáticas, sociales, económicas y políticas. Allí donde nos habita, estamos unidos.
Espíritu Santo
en mí y a mi alrededor
viene de mi centro
me abraza su calor.
Ilumina el camino
sin encandilar,
mueve los sentidos
nos entendemos sin hablar.
Lo descubro en todas partes
en tí y en mí,
unidas por su amor.
Angie Stähli