Miércoles 15 de octubre

 

Aquella misma noche Jacob se levantó, y tomó a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos, y cruzó el vado de Jaboc. Después que los tomó y los hizo pasar el arroyo, hizo pasar también todo lo que tenía. Jacob se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta rayar el alba. Cuando vio que no podía prevalecer contra Jacob, lo tocó en la coyuntura del muslo, y se dislocó la coyuntura del muslo de Jacob mientras luchaba con él.

 

Génesis 32,22-25

 

La capacidad de tomar decisiones es una parte importante de nuestras vidas. Los seres humanos trazamos nuestras historias a través de la posibilidad de elegir. Si bien el menú de opciones siempre es limitado, escogemos entre una cosa u otra. Y nuestras elecciones siempre tienen consecuencias, mejores o peores. En realidad, cada decisión lleva en sí misma una amenaza y una bendición: una nunca sucede sin la otra. Y no decidir, es siempre ya una decisión.
Entonces, tenemos las marcas que nos han dejado las elecciones de nuestra vida. Muchas de ellas son una cicatriz casi olvidada, otras todavía duelen al tacto. Llevamos marcas que nos dan vergüenza y las ocultamos, otras que nos dan rabia y las negamos, algunas que nos entristecen y nos deprimimos, también están las que nos enorgullecen y las mostramos. Sea como fueren, están en nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra psiquis: son parte de lo que somos. Pero esas marcas no nos hablan de derrotas sino nos recuerdan que hemos elegido, hemos enfrentado la amenaza, hemos luchado, recibido heridas y sobrevivido. Ni castigos ni recompensas. Sólo la bendición de Dios a largo de nuestra vida.

 

Marisa Strizzi

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