Miércoles 17 de mayo

Después de su muerte, se les presentó vivo y con muchas pruebas que no admiten duda.
Hechos 1,3

Los niños suelen tener una sed insaciable de cuestionar todo, diciendo repetidamente: “¿por qué?” Es una sed difícil de saciar; ya sea porque algunas preguntas humanamente no pueden ser respondidas con pruebas indudables; ya sea porque no conozcamos la respuesta; ya sea que la situación requiera cierto pragmatismo. Por eso, a veces esa sed se topa con el argumento final: “¡Es así, porque lo digo yo!”.
Con más razón, deberíamos agradecer a Dios que la resurrección de Jesús – ¡la cuestión fundamental de nuestra fe cristiana! – no requiere de nosotros una fe ciega. Dios muestra toda su misericordia al concedernos que esta cuestión tan increíble sea fundamentada con muchas pruebas que no admiten duda; que sea inoportuno todo pragmatismo al estilo de “¡Tienes que creer esto porque la Biblia lo dice o alguna autoridad eclesial!”; y que hasta un niño pueda responderla, sabiendo que Jesús resucitó en “carne y hueso”, no simplemente en sus ideales y palabras y actos de sus seguidores.
El hecho comprobado por muchos testigos oculares (1 Cor 15:3-10) que Jesús resucitó en carne y hueso – siendo palpables sus heridas de la cruz y comiendo él con los suyos – es la razón de nuestra fe; no una fe ciega, sino una fe que reconoce que Jesús verdaderamente resucitó, es decir: con muchas pruebas que no admiten duda; una fe que cree que por eso todo lo que nos asusta y aterroriza verdaderamente pierde su fuerza y poder sobre nosotros.
Que el Resucitado te conceda hoy frente a lo que te asusta y aterroriza Su Espíritu de poder, de amor y dominio propio. (2. Tim 1:7)
Michael Nachtrab
#resurrección

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